La complejidad del puzzle






Los recientes atentados en París nos han abiertos los ojos frente a lo que considerábamos ajeno. Nos han mostrado de cerca la barbarie y el dolor que supone un atentado, la muerte de inocentes en una ciudad, como la nuestra, que parecía salvada a la atrocidad. No estamos acostumbrados a la violencia terrorista y supongo que durante un tiempo observaremos de manera diferente los numerosos episodios violentos que se producen a diario en el mundo, siendo conscientes de su magnitud, aunque sólo ocupen una línea en el periódico o un titular en los informativos. Con esta mirada más sensible, algunos pensarán que existen víctimas de primera, que reciben flores, homenajes y apoyo, y otras, muy mayoritarias, que por desgracian quedan en el peor de los olvidos. El mismo olvido que obvia los beneficios de recordar la historia, el olvido que nos impide aprender de los errores pasados. A pesar de nuestra sorpresa, lo de París no es nuevo, pues también ocurrió en Nueva York, en Madrid y en Londres hace unos años. Y resulta insensato analizar el problema y sus soluciones sin perspectiva histórica y sin contemplar todas las piezas de este complejo puzzle. 


La vulnerabilidad de la ciudadanía europea

Los métodos utilizados por los terroristas también nos han mostrado la vulnerabilidad de nuestras ciudades, de nuestras sociedades frente a estos locos capaces de morir y matar por una causa. Da miedo decirlo y es lógico que las autoridades públicas no lo pregonen, pero es bien cierto que no existen medidas de seguridad para atajar la sinrazón de este fanatismo. No hay suficientes policías, ni militares, ni medios para protegernos a todos de un individuo convencido de las bondades de la Yihad. Ni siquiera las medidas de excepción como el cierre de centros escolares, medios de transportes o controles sistemáticos de seguridad nos salvarán a medio o largo plazo. Un terrorista dispuesto a atacar a todo el mundo occidental puede cambiar de ciudad, de país, de método y esperar pacientemente en su casa el momento adecuado.

La vulnerabilidad de nuestras ciudades también radica en nuestra mejorable capacidad para identificar a estos sujetos malignos, de controlar adecuadamente nuestras fronteras y de construir núcleos urbanos sin barrios marginales en la periferias de nuestras ciudades. Francia y Bélgica están siendo correctamente criticas, pero no son razones para que la ciudadanía europea se deje convencer por las soluciones simplistas de los xenófobos por cerrar las fronteras, ni de los racistas por expulsar a los musulmanes, ni de los vengativos por bombardear y erradicar al mal, como si el conflicto fuera un puzzle infantil de dos piezas, la blanca de los héroes y la negra de los villanos.

Debemos plantar cara a las voces que exigen contundencia frente a la violencia, pues la respuesta del corazón vengativo suele ocasionar más tragedias, más terroristas y el peor de los escenarios, ojalá que no, el de la guerra. Debemos plantar cara recordando que nadie en el curso de la historia ha conseguido nada usando la violencia. Nunca. Nadie. Nada. Y ni ellos ni nosotros lo vamos a conseguir ahora. Ni ellos nos van a convencer de que tenemos que seguir los mandamientos del autodenominado Estado Islámico, ni nosotros vamos a conseguir meternos en razón a base de bombardeos. No erradicaremos la violencia con más violencia por mucho que nos lo pida un pueblo dolido, un familiar herido o un gobernante inmaduro que se defiende frente a estas críticas con el beneplácito internacional. Ni la guerra de Afganistán, ni la de Irak, ni los bombardeos selectivos han apaciguado al enemigo de la democracia, al contrario, las acciones belicistas están dando motivos, razones y energías a los locos fanáticos. La prudencia insta a mantener la calma y a emprender medidas eficaces, duraderas y justas. La solución pasa por acabar con las causas del problema y no intentar evitar las consecuencias del mismo.


Los refugiados sirios y la política internacional

Si echamos un poco la vista atrás, la enorme migración de refugiados sirios que comenzó en el verano pasado es otro capítulo de esta misma historia. Gente huyendo de su casa, dejándolo absolutamente todo, porque el Estado Islámico estaba y está destruyendo su sociedad y a quien se oponga a ello. Pero también huyen por la situación bélica de la zona, en la que participan los principales países de la esfera mundial, y que no deja de agravarse. Una realidad tan dramática que resulta ridícula compararla a nuestro miedo por los atentados o por la libertad amenazada. Una coyuntura internacional que, pecando de agoreros, proyecta un futuro negro, peligroso e incierto para la paz mundial. Ante estas circunstancias, se exigió a los países miembros de la UE una respuesta rápida y coordinada para paliar la tragedia humana. Save the Children, como tantas otras organizaciones vinculadas con la ayuda humanitaria y el desarrollo, esquematizó la respuesta política necesaria en cinco líneas de actuación:
  • Mantener el salvamento de barcos en el mar Mediterráneo para evitar naufragios.
  • Aumentar los medios de los centros de acogida de refugiados en los países de recepción.
  • Planificar y agilizar los procedimientos de relocalización y reasentamiento de los refugiados en los países europeos.
  • Reformar y mejorar las vías legales de asilo a la UE, con el fin de adecuarlas a la situación actual y otras realidades venideras
  • Elevar los fondos para ayuda humanitaria y políticas de desarrollo para incrementar la colaborar con los países de origen de refugiados.

A pesar de las presiones de la sociedad, las ONG’s y de instituciones europeas como el Parlamento Europeo, los países miembros no supieron ver la gravedad de la situación. No fueron conscientes de que el invierno se acerca, de que afectará a personas desamparadas y de que la tragedia humanitaria no ha hecho más que empezar. Los presidentes de gobierno y primeros ministros se enfrascaron en una eterna negociación de porcentajes de acogida, sin más perspectiva que la coyuntural y sin más visión que la de salvar los muebles propios en una dinámica vergonzosa de egoísmo cruel con el necesitado. Europa y los europeos precisan de países comprometidos con un continente que requiere una acción conjunta a través de la UE. Hace unos días, Federica Mogherini, Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, resaltó la importancia de la cooperación con países como Egipto, Jordania y del África Subsahariano, y recalcó que la hoja de ruta adecuada debe salir de una mesa donde se siente todos los actores regionales e internacionales, tal y como ella está persiguiendo. Eso sí, y aunque se salía de sus competencias, también destacó la necesidad de controlar el mercado de las armas y las fuentes de financiación de los terroristas: el codiciado petróleo.

El origen de este ramificado problema radica en el control del territorio usado para transportar el petróleo desde los pozos hasta sus compradores internacionales. Las guerras han sido numerosas en la región por ese motivo y los intereses estratégicos de los países por mantener su presencia en la zona suponen la inclusión de piezas que no encajan en el puzzle. Todo actor intenta implantar su receta de paz o de guerra para asegurarse su suministro de petróleo, en unas maniobras que no hacen sino provocar más resentimiento tanto institucional como social. Es decir, el caldo de cultivo perfecto para movimientos fundamentalistas que encuentra adeptos ante el irritante colonialismo energético, encuentran seguidores gracias a medios de comunicación corrompidos y que encuentra, en cualquier parte del mundo, suicidas llenos de fe reafirmada por tanta violencia.


Compromiso con el desarrollo.

El problema es complejo y, aunque la opinión pública exija una respuesta rápida y contundente frente a la violencia, no podemos ofrecer una solución sencilla. Simplemente, no la hay. Los que trabajamos en desarrollo combatimos el hambre, la pobreza estructural, las guerras, las dictaduras, la violencia, la discriminación, en definitiva, las grandes injusticias, y sabemos que los problemas suelen venir de lejos y que las soluciones deben aspirar a frenar muchos fenómenos convergentes si quieren tener éxito. Cambiar el complejo puzzle de Oriente Medio no se hace de la noche a la mañana, ni de manera parcial. Los actores del desarrollo sabemos que cambiar cualquier sociedad se hace a fuego lento y con la participación de todos los implicados. Sólo contando con los medios adecuados se puede construir un entorno de confianza que propicie una sociedad cohesionada. Es cierto que son muchos y laboriosos los elementos perseguidos para construir esa sociedad considerada como digna, pero es igual de cierto que solo la conquista de la justicia social posibilita que un día nos sintamos libres de los problemas que hoy azotan al mundo.

La cooperación al desarrollo no sólo es una política de solidaridad entre pueblos, sino es una expresión de justicia social entre aquellos que compartimos un mismo planeta y una metodología de colaboración frente a la competencia por superar los retos de nuestras sociedades. Para los incrédulos de esta idea fraternal, que nos consideran ingenuos de funcionamiento del mundo, también podemos asegurarles que las ONG's llevan mucho tiempo conociendo la problemática de estos dramáticos puzzles de primera mano y que desde la experiencia estamos convencidos de que la cooperación al desarrollo es el mejor instrumento y maestro para evitar trágicas imágenes, tanto cercanas y como lejanas.



Por ello INCIDEM manifiesta la necesidad de aplicar los principios del desarrollo en las políticas domésticas e decisiones internacionales. Desde nuestro punto de vista, es preciso, en primer lugar, conseguir que los líderes musulmanes de aquí y allí no solo condenen la violencia, sino que sean un actor destacado en las investigaciones policiales y en los controles preventivos frente a terroristas. En segundo lugar, debemos revisar nuestra política de desarrollo local, que impulsa el éxodo rural a grandes ciudades incapaces de integrar a una población con cada vez más necesidades y que acaba en precarios suburbios y en la peligrosa exclusión social. Tercero. Ya va siendo hora de que los países miembros de la UE conciban que el proyecto europeo requiere sacrificios de su soberanía nacional, necesarios para atajar de manera conjunta los principales retos, entre ellos, los relacionados con la seguridad de nuestro continente: armas, energía, migraciones, política exterior, etc. Y por supuesto, hay que sensibilizar a la población herida para que su rabia vengativa se transforme en compromiso social. Los bombardeos, la privación de libertades o la eliminación de derechos no va a librarnos de la locura, al contrario, la incita. Estamos en esta situación de peligro por la falta prolongada de compromiso de todos los niveles de la sociedad para que las instituciones públicas con la ciudadanía hagan su política de desarrollo. Nunca es tarde para reconocer que hay que construir entre todos un mundo en el que vivir en armonía.


INCIDEM está convencido de la importancia de la cohesión social como elemento fundamental para el bienestar, y con estas reflexiones quiere llamar a la calma y al compromiso con el desarrollo sostenible del ser humano para que sus ciudades no formen parte de un complejo puzzle inacabado que provoca de violencia.


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